jueves, 5 de noviembre de 2020

ASFIXIA

Puede acercarse un poco más, cada vez más cerca; ingresa, cabizbaja se dirige al estante de literatura infantil. Cuentos archiconocidos, también los hay de dinosaurios. ¡Oh! no, parece decirse - me asusta- responde para sí misma.

Continúa al ritmo de latidos de un corazón prestado. Se muestra entusiasta cada minuto que transcurre dentro de la librería. El encargado la sigue con la mirada; inspira compasión, pero no comprende porqué habría de sentirlo, total, es una clienta más. 

Los dinosaurios y sus enormes dientes, desgarradores carnívoros, le despierta pavor; se esfuerza por no mirar dichos cuentos, ineludible le dice su cerebro. Demasiado tarde, sujeta uno de ellos, revisa la primera página: no... no puedo. 

Lo deja en su lugar, ahora se entretiene en la sección de juegos didácticos. Despiertan curiosidad en sus ojos, los analiza de aquí allá; toca, siente, quisiera sentarse, jugar. No se puede, acaricia su abultado vientre, son seis meses de gravidez, la próxima será.

De pronto, ser la primera clienta de la mañana deja de tener la sensación de exclusividad que disfruta  desde hace 15 minutos. Empiezan a ingresar, observa a la segunda clienta, se ubica en literatura juvenil, sonríe, busca y busca, no encuentra. Nuevamente prosigue hasta que...de un tirón saca un libro  del reposo: ¡lo encontré!, lanza una carcajada estruendosa. 

Ella sujeta su vientre, se mueve, le punza. Ha incomodado a mi bebé - comenta en su interior-.

La tercera persona en ingresar trae una lista. Ella está cerca, tiene una vista impresionante, puede leer a la perfección el escrito, mientras  tanto, el encargado debe ponerse las gafas deslucidas.

No se encuentran todos los libros que requiere la tercera persona, entonces empieza a nombrar a las autoras ... y, claro, están agotados. 

¿Quiere decir que no hay ningún libro de las mencionadas?

Lo lamento - responde el encargado-

La tristeza se acentúa más en el rostro de la tercera persona, ella se percata al instante, comprende que es comprensible sentirse así, le parece una mujer profundamente arropada de  historias que escriben otras personas.

Mientras ella continúa tejiendo pensamientos, la segunda persona irrumpe: ¿ te queda la trilogía completa de....?. Ella ya no quiso escucharla más, sujeta su vientre; otra vez punzadas.

Las carcajadas retumban entre los libros, la tercera persona se incomoda, de la tristeza pasa al fastidio y del fastidio a la cólera; de la cólera da un vuelco: frustración. Desde que llegó, ya perdió la cuenta, ¿ las carcajadas se pueden contar? .

Cuatro oportunidades fue interrumpida, no es para menos, pensó ella. La segunda persona tiene la absoluta seguridad que, excepto el encargado, nadie más está en el local; por ello, ni se inmuta frente a los gestos de enfado de la tercera persona. Ella, observa la escena con asombro, agudiza la mirada, mientras las cejas se arquean descontroladas.

Respira profundamente, hace una cola con su cabello, cambia la postura del cuerpo, no intenta sonreír, eso no va con la esencia de la gente cuando se es totalmente honesta consigo misma, pensó la tercera persona. Milagrosamente, ella  coincide en aquel pensamiento.

La segunda persona lleva 6 libros a la mesa de empaque, aunque solo paga por dos, le falta dinero. La tarjeta no la tiene consigo; los libros que consigue llevar son de autores que escriben para personas entre 11 y 16 años. Ella pensó: cómo es posible, debe tener 50 a 55 años, y con esos modales.

Cuando la segunda persona se retira, dice entre dientes: a mis hijos les encanta.

Falsa, mentirosa; mientras acaricia su vientre, ella continua diciendo... falsa, mentirosa, son para ti.

La tercera persona, solo puede llevar tres libros, se encuentra desecha, esta vez su tristeza se envuelve en un ovillo que no es fácil desenredar. Ella, reconoce de inmediato ese estado, le sucede de vez en cuando.

Ella entra y sale incesantemente de la segunda y tercera persona; la última le transmite contentura, satisfacción, se trata de un ser muy semejante, aunque jamás la haya  visto antes.

La segunda persona le causa rechazo, su bebé fue el primero en sentir el repudio absoluto de aquella voz. 

Nuevamente se encuentra sola en cuestión de 38 minutos, más los 15. El encargado fija su mirada, esta vez se despoja de la compasión antojadiza de la primera ocasión; debes comprar - piensa- . Ella lo sabe, aquel tipo solo tiene un objetivo.

Agotada, coloca su mano derecha sobre el borde del estante para infantes. La obnubilación apremia, la cabeza es un maremágnum de mareos incontrolables; recuerda que el desayuno fue provechoso, el trayecto a la librería también. Saca fuerzas inspiradoras que el bebé transmite; avanza decidida por la platea principal que conduce a la amplia salida. 

Falta poco, casi nada para salir ilesa de aquel ambiente, ella lo sabe, el bebé también. La tos, aquella tos persistente de la adolescencia a vuelto, carraspea.

El corazón prestado late y late intensamente; debo calmarme - piensa.

Imágenes en su cerebro, ahora lo entiende, la tercera persona lleva un corazón prestado de una de las gemelas fallecidas durante un viaje a los Andes. 

Entonces, yo... yo tengo el otro corazón prestado.

Mientras la tos recrudece, la amplia puerta se aleja más frente a sus ojos. La asfixia es evidente, en el último lapso de aliento, se escuchan gritos; las voces llegan con el viento frío de aquella mañana a los oídos moribundos de ella: pobre mujer, recién salía de la librería, parece que se ahogó, el auto le pasó por encima cuando ya estaba en el suelo.  

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