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sábado, 19 de septiembre de 2020

ARENA Y SAL

Habla pausado, miles de ojos la sustraen de la humanidad. Me observa, omatidio, asombrosa humana, no hay opción al movimiento, desde un rictus en la boca hasta la punta de la uña entumecida de pavor. 

Rodeada de pequeñas estatuas, fetiches; habla de fe, devoción, junto a la manía de jalar sus cabellos mientras los cántaros emanan  vapores, argucias y sinsabores. La tengo cerca, su presencia es sofocante, cada vez a unos pasos de mí; puede olerme, reconoce los latidos de un corazón enmarañado. El rumor suave del viento ingresa a la casucha, situada en una planicie, campo despejado, sabor a sal; tierra árida, polvorienta, devora con avidez cualquier líquido que caiga sobre ella. Terrazas escalonadas frente al mar ausente, semejanza con el sexto planeta morado es asombroso. 

La piel cetrina que la viste se diluye frente a mí, no resisto estar de pie, vértigos me conminan a ceder lo que soy; efluvios se desprenden de hierbas narcóticas colgadas entre horcones, han empezado a catapultarme.

Estoy indefectiblemente cayendo sin resistencia alguna, puedo observar enjundia de gallina en botellas grisáceas junto a la ventana; el cielo está despejado, me resisto...arrastro la poca lucidez que aún permanece conmigo...la puerta, debo llegar a la puerta.

Su voz nasal me alcanza, penetra los huesos, paraliza; la repudio y a la vez deseo que haga conmigo su voluntad. Por alguna razón intuye que no soy de aquí, se agacha, en cuclillas sus muslos entreabiertos prolongan una lánguida oscuridad contrastando  su endémica anatomía con los desproporcionados pies.

Deseo decirle tantas cosas, pero mi voluntad cada vez me pertenece menos, el odioso lunar entre sus cejas me recuerda que ya he pasado por esto:¡ cuándo y dónde!. Suplica que no me marche, un manojo de ruda  frota sobre mí. Me siento cada vez más lejos... ya no hay necesidad de respirar.

Ahora chilla como roedor entre mi cabello, aprisiona el cuello, cada vez con mayor fuerza, no puedo atinar a nada, el padecimiento humano es pavoroso. 

El techo empieza a crujir, se agita, las  aristas y ángulos de las calaminas aletean con persistencia, hasta que la  columna de viento zigzagueante se cuela por la ventana, estalla dentro desgarrando alambres y clavos...se pierden en el horizonte cual hojas secas .Cañas de bambú se estremecen, un chiflido desmesurado penetra los oídos, son los aullidos del viento aterrorizándola. 

Me suelta, serpentea su esquelético cuerpo en el horcón central, las endebles paredes de carrizo y arcilla caen, el fuego se apaga en un acto demencial, mientras las llamas restantes se adentran en el abismo colosal que se eleva a más de veinte metros de altitud. 

La furia del viento es inmisericorde, majestuoso remolino se perturba con cada objeto que se interpone en su camino... me has salvado.



jueves, 17 de septiembre de 2020

OJOS LLOROSOS

En el sillón de paja, junto a dos almohadas ablandaba un corazón con la sensación que la pesadez de la cabeza no se iría hasta entrada la noche. Bocanadas al tenue viento que ingresa en la habitación, respiración profunda, poner las manos un poquito arriba del abdomen; tocarse, sentir...ahí estaba ella con las fisuras de costillas devastando la conmovedora imagen frente al espejo.

Escuchar la voz, ha llamado, pregunta cómo estoy, seduciendo los filamentos del afecto; ¡qué perfidia!...otra vez, no por favor.

Ya no hacia falta escuchar al espejo, debió tener las agallas suficientes para lanzar el portarretratos, hacer añicos el cristal, es así como se aniquila la sombra misma de la conmiseración.  Continuaba el espejo, el sillón de paja, sentada, vacía; anidando las emociones más patéticas de la especie humana...desgarrando la garganta para no decir: ¡no me duelas más! 

Poder evitarlo no es un privilegio de las masas andantes, no obstante se quiebra irremediablemente en la caparazón que heredó de mamá; ahí nadie lastima, no hay posibilidad mínima para danzar con la soledad: solo tú.

Habla...escucha la voz ondulante, un canto  tallán se filtra entre sus prendas, se detiene en la cintura; le habla bajito: ahora lo sabes...¡qué me has hecho!

Ahí está, con ojos llorosos se levanta, sujeta un frasco de perfume, el pulso la delata; todo tiembla, no hay marcha atrás. En la habitación...debajo de la puerta se puede ver el escape de la tristeza y decepción; tiene un color plomizo aromatizado de la fragancia que les uniría hasta la eternidad.


viernes, 4 de septiembre de 2020

A LLORAR OTRA VEZ

¡ Fue un error!

Adlín, no es mamá... todos de prisa, vamos... ¡no es mamá !

¡Fue un error!

Los hermanos absorbieron los fluidos acuosos que empezaban a desprenderse  de las fosas nasales, frotaron los ojos con el antebrazo, mientras otros, con las manos.

En dos vehículos, la trimóvil destartalada no había terminado de secar el barniz barato de la cubierta; la motocicleta recién adquirida con el dinero de un retiro de pensión adelantada resplandecía al compás del sol.

La sorpresiva noticia avivó confusos recuerdos, donde los vivos son los muertos y los muertos son los vivos que no terminan de enterrarse.

Venida entre zapotales de amatistas, gemas cuadradas, deleite de las insignias en los planetas morados; inerme en el ataúd esperaba el rumor de la quietud escalofriante del olvido, asemejándose a la solitaria Policarpia, la efigie de los canturreos de la ciudad sudante.

Irema esperaba el desenlace, a unas horas de ser desconectada del respirador artificial, reflexionaba sobre la malquerencia e intereses de su prole. "Me echarán al olvido, no seré más que un dinero por cobrar, si es que ya lo cobraron. No tengo pena, tampoco rabia, solo indiferencia hincándome los resecos talones, si tan solo la cremita humectante me hubiesen entregado, la muerte sería menos seca y retorcida en mis pies".

El tanatorio del hospital olía a muerte, como de costumbre, pero en aquellos tiempos, la muerte se hallaba seducida por el alivio; la soledad había dejado de ser una buena compañía entre los cientos de cadáveres que ingresaban sin observación alguna.

La muerte cura la herida más letal y te invita a aferrarte al mundo que nunca fue tuyo - se leía en la cuarta página de un pequeño libro descolorido, forrado en papel manteca. Su propietaria, la niña de flequillo castaño, vestido escocés, no cruzaba los 9 años.  

Sentada en un banquillo de algarrobo, anotaba el número de muertos que salían del inmenso salón del tanatorio, mientras esperaba la salida de la abuela Ahcul; tenía claro que vendría por ella, juntas rumbo al sendero de los sueños más hermosos que su fe podía crear. Así sucedió, la abuela salió ataviada de blanco, con la pañoleta de mariposas amarillas, la niña sujetaba su mano.

Mientras tanto, en el pasillo, donde la niña esperaba a la abuela Ahcul, los hijos de Írema presurosos ingresaban secuestrados por la inexplicable desazón de haber llorado en vano. 

¡ Dónde está!...¡Nuestra madre ... dónde está!

Un enfermero anemico, de rasgos orientales, les dijo: es aquel ...al costado del tercero de la fila cuatro. Se marchó sin decir más.

Ataúdes, apiñados cual cajetillas de fósforos, uno sobre otro; colores uniformes, resultaban complicados de mover.

Era ella, sonriente y complacida aún en la despedida final.

Mientras trasladaban el ataúd en el céntrico vehículo de la funeraria, sus pensamientos entrecruzaban entre sí; la indignación pesaba tanto como un bulto en el pecho que no les permitiría volver a derramar una lágrima.

 A llorar otra vez - exclamó Adlín.


martes, 25 de agosto de 2020

A COSTILLAS DE ACSICNARF

Llamábase Alyoz Atorep, he rogado por su pronta mejoría. Figúrense, caer de tres metros no es poca cosa reflexionaba a boca de jarro un hombrecillo de cabeza rapada apiñado entre la multitud frente a la casa de lianas amarillas que apuntan al cielo, muy cerca de las nubes. 

Conocida como Acsicnarf Atorep, se fracturó dos costillas derechas, el tobillo izquierdo dislocado; la mano izquierda con las falanges estropeadas para sujetar cualquier objeto, por liviano que fuese.

Acsicnarf se levantó de la cama, se arrepintió de las maldades, prometió multiplicar las bondades realizadas. Estaba destrozada en vida, aunque el dolor hervía en sus nervios, esta vez no pediría ayuda, ya no, se decía así misma.

La mañana del 18 de mayo de un año que no deseo escribir, en la sala del comedor; el día estaba nublado, así como su corazón. La esperaban en la mesa algunos familiares, era la hora del desayuno.

Se sentó lentamente, no estaba cómoda, debía moverse un poco hacia la izquierda, para que sus nalgas reposen en la parte central de la silla. Tal movimiento lo postergó un par de minutos, se le antojó mojar un trozo de pan en la taza de café con leche, cuando  llevó el trozo a la boca, al doblar el codo le provino un dolor intenso en las costillas. El dolor se intensificó a más no poder, ya no pudo mantener el rostro solemne; apretujó sus labios, los ojos empequeñecieron, las cejas se contrajeron.

Su rostro era la escena del desgarramiento sin gritos.

Un silencio punzante entre los familiares del comedor espantó los zancudos debajo de la mesa, salvo, en  Alegna. De la burlona sonrisita apuntilló a la risa descarada, después, la estrepitosa carcajada; mientras Acsicnarf se quedaba petrificada ante el dolor.

La carcajada golpeaba las paredes, de improviso, un chisguetazo de café con leche salió por la nariz, el pan fue regurgitado. Los ojos se abrieron tanto que ya no era posible ver las pupilas, todo entre un matiz blanco celeste; labios azulados entre los movimientos de brazos desaforados.

En cuestión de menos de un minuto, Alegna Atorep... yacía muerta.

miércoles, 19 de agosto de 2020

LA SEÑAL

Han transcurrido veinte años aproximadamente desde que Aniduag sigue esperando. Esperar puede significar mucho más que un verbo, incluso la acción misma para determinar situaciones, ahora bien, muestro personaje se dedicó a esperar mientras se reprodujo en dos ocasiones.

Llevaba una vida medianamente estable en la capital de Urep, frecuentando la única Iglesia Ortodoxa de la nación, en compañía de su marido; por cierto, un encumbrado arqueólogo especializado en las civilizaciones antiguas.

Mientras tanto, Aniduag esperaba una señal de un antiguo amor de juventud, el cual creyó sería hasta que la muerte los separe. Odnarb, en algún lugar entre la urbe cosmopolita de Anallus y Aruip creó una industria de jabones de uso industrial, estaba felizmente casado; así lo hacía saber a sus amistades.

"Odnarb, si fui tu gran amor, estás arrepentido de lo que hiciste, entonces, envíame un mensaje, yo estaré esperando, verás que nada de lo que tengo ahora se comparará de lo que soy capaz de hacer por ti", escribía Aniduag en el diario número 34.

El catorce de julio de un año que no se debe escribir, Odnarb, publicó en un prestigioso periódico local, fotografías de su matrimonio, la noticia surcó los aires. Aniduag se colocó las gafas de lectura, acercó lo más cerca a la pantalla del ordenador su rostro, cada vez más cerca, hasta que la nariz tocó el cristal. 

Una imperceptible línea de beneplácito se iba formando entre la comisura de su boca, hasta que aquella línea se expandió dibujando una sonrisa amplia, muy bien definida. Prosiguieron las carcajadas, las manos a la cabeza, se paseaba de un lado a otro en la sala, exclamando: ! una señal¡

Lo he visto...  su mirada desencajada; las pupilas sin brillo de amor. ¡Oh, por Dios!, ¡ese hombre no es feliz!. De pronto, entre carcajadas cada vez más altisonantes, un corazón a punto de paralizarse: se desplomó con la frase entre los labios..." no es feliz".


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