domingo, 27 de septiembre de 2020

¡CÓMO DUELE EL TIEMPO!

Dime, hazlo por nuestra última cita, ¿ crees que soy una farsa? . Si la respuesta es la misma, no hagas ningún  esfuerzo en abrir la boca; tienes seis horas.

Seis malditas horas para sobrevivir en mi corazón, es preciso te enteres hoy que me deshice de tus cartas y, todo lo que sabe a ti. No hay absolutamente nada en la habitación que presagie la presencia de aquel tiempo entre tú y yo. ¿Ha resultado sencillo?... te preguntarás, en cierto modo el desapego me tomó por sorpresa, aunque, mis ojos se humedecieron más de lo acostumbrado, sin llegar a derramar una lágrima.

Los minutos transcurren, tu figura impávida me resulta asquerosamente provocativa, te recuerdo que tienes seis horas para sobrevivir en mi corazón, ya sabes; las horas son minutos, y los fatídicos segundos son un bien preciado cuando se está frente al deseo de huir.

No, no por favor, no intentes abrir la boca, créeme, te entiendo casi a la perfección. De no ser por ese miserable tumor que tienes enquistado en la cabeza, me atrevería a decir que lo sabría todo de ti; no obstante, dime tú, ¡qué hago yo sabiéndolo! Disculpa la necedad de mis mensajes furtivos, con ello jamás he pretendido forzarte, figúrate, respeto la posición que adoptaste, pese a todas las triquiñuelas planificadas. Confabulación maquinal que tejiste desde hace catorce meses.

Catorce meses bastaron para que, según tú, terminar inclinándome a tomar hierba luisa en alguna cafetería de la ciudad a tu lado; platicando desde la coyuntura política, hasta la mezquindad de tus  frivolidades; ¿las recuerdas? Una caricatura deleznable soy, a tal punto que me representas como el conformismo, una máquina de carne y hueso que te dirá, sí. 

Ante lo expuesto, me permito determinadas licencias, no con el objeto de demarcar posiciones que puedan llevarnos a la villanía e idealismo de seres que se fascinan entre la humillación y el descontento. Ten claro, nada de lo que hiciste dejó de dolerme en aquel momento, difícil de creer para ti, o acaso supones que necesito de tu consentimiento para dudar. Si dices que soy la farsa, entonces la farsa de mi despedida debe crisparte los nervios. ¿Qué hiciste?, qué creíste que hacías con toda esta burda trama de arena en la palma de la mano. 

Soy sensible a tus dilatadas pupilas, al efluvio de la respiración que escapa de ti, llegando  a las palpitaciones de aquellas venas que sólo yo conozco, junto a las  escamas transparentes de piel de aquel corazón loco que sigo amando. Lo lamento, no puedo sucumbir a tu llanto; demasiado tarde amor ido.

Dime, ¿Por qué hiciste esto?, aquí me tienes. Podrías endiosarme o arrastrarme al tormento de los  pensamientos, ambas opciones son encomiables para alguien que se desvanece con tu nombre en cada esquina o calle por donde transita.

Cristal, espina dorsal, calorcito de ternura que no consigo abstraer para poner fin al dormitar de tus ojos... ¡cómo duele el tiempo!

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