EL INICIO
Hubiese deseado no ser él quien despierte afiebrado por un vaso con agua; llevado hacia la puerta trasera por tenues quejidos que conducen al corral de cerdos... se disipan cada vez más, mientras se acerca sigiloso, descalzo, atrevido; demasiado viejo para llegar a tiempo: pensó él.
Sacó un pañuelo del pantalón de dormir, toscamente bordado con extrañas figuras geométricas que nunca supo porqué se le ocurrió a su hija tal detalle. Se limpió los ojos llorosos; respiró profundamente, sonrió embargado por la nostalgia; el pecho se vió inflamado de orgullo capaz de sostener tanta amargura e impotencia por seres ariscos que trasmutaron su vida o él trasmutó esas vidas, no lo tuvo claro, pero tenía la certeza que si algo sobraba en él , era la prudencia para callar.
Si me hubieses dicho que la edad no es impedimento, si tan solo no fueses tan autosuficiente; tú lo quisiste así; todo el pueblo lo sabrá, te van a atrapar Alina. Retornó a su habitación, el añejo cuarto donde abriga la esperanza que algún día no muy lejano, ella le corresponda.
Me siento un chilalo entrado en años, quiero volver a verte, estremezco con esa posibilidad, tu piel de mármol me hace falta para brillar junto a las pecas de mi cuerpo atestado de pliegues ; oler a ti, solo a ti. Nuestras charlas en el zaguán tres veces por semana:
"Telesforo, tu cariño me derrite de risa tapizada en pasta de cacao. No te hagas lío conmigo, estoy de pasada, aunque también pudiese decirse que tú estás de paso en mi rutilante estadía; es probable me marche antes de lo acordado, sin embargo, tengo la impresión que estoy desperdiciando "algo", no sé a ciencia cierta qué es. ¿Acaso lo sabes tú?... vamos, anímate a descubrir, mejor dicho, descúbreme, clava tus ojitos en los míos, mantén la mirada sin parpadear , ahí está el secreto de lo que soy. ¿Podrás lograrlo?... mi amigo, te voy a traer a mal con mis parloteos, yo sé que solo deseas morderme la boca despacito...no me equivoco, ¿verdad?"
Así te recuerdo, con las preguntas y respuestas clarividentes, así te voy a recordar siempre mi buen amor. Alina... alinita, sin mayúscula por favor, sé que no te agrada.
Perturbado por lo que había visto, tambaleante, se dirige a la pequeña biblioteca del sótano; estantes atiborrados de libros, un completo desorden. Polvo para dar el matiz opaco a la falta de limpieza, falta de orden...faltaba todo en su mente y corazón, menos Alina Chindris.
Entre los libros, destacaba un librito en particular, la portada mostraba un bote en pleno mar griego. Minos, remarcaba el título; dentro de él, hojas con manuscritos envejecidas, parduzcas; la caligrafía le pertenece a Telésforo. Fue un regalo que le hizo un marino talareño, que residió durante 35 años en una isla griega que hoy es turca.
Ahí escribió con vehemencia sin pausa alguna, hasta que el aguardiente lo consumió en un sueño ajeno; una habitación, una cama maciza de hierro flotando en una poca de agua, adherida a la cama, en el lado derecho de la misma, una caja con cerradura nunca antes vista; luz plena ingresando por la única ventana... ya no tuvo la firmeza para seguir escribiendo sobre la persona que en el ocaso de su vida despertó una herida profunda llamada, amor.
Qué importa mañana si estuvo conmigo toda la noche; toda una noche sofocado por la punta de sus dedos posándose en mi boca macilenta. He titubeado en responder a sus mimos, pero qué hace esta edad de mí; jirones e hilachos por doquier... ¡qué hace!
Qué hago yo con mis suspiros tibios, los debo estampar en su nuca lentamente hasta quedarme hechizado en los poros . Puedo ver la crispación de sus vellos a cada paso de mi lengua que va cual serpiente buscando un escondite donde guarecerse, si yo pudiese adentrarme en esos ojos sin que la fuerza gravitante que emergen de ellos me absorba; si yo pudiese perderme en el agujero intermitente de la entraña... si yo pudiese Alinita... mi alinita, disculpa, sin mayúscula.
Si las estrellas cambian de rostro cada cierto tiempo, tú no, vidita...nada habrá que te haga volver para mí. Tú lo deseaste así, te lanzo al espacio sin tiempo, pero he ahí el gran dilema, cuando el tiempo y el espacio se conjugan la materia no existe, inmaterial, así has de ser tú: abstracta. Ojos verdes luminosos, labios de fino pincel, menuda hada de cristal, nívea palidez que me desborda, impetuoso torbellino regente de autoridad, arráncame de tajo tu recuerdo.
La humedad de la tierra, el musgo verde encriptado en las piedras enjuagadas por el agua turbia que discurre cuesta abajo con dirección a los sembríos de frijol y maíz. Clima de montaña, verdes colinas, humeantes casitas que avizoran a lo lejos que el desayuno está listo. En una de esas casas, se encuentra secuestrada la ciudadana europea Alina Chindris.
Será él quien decida entre un suspiro más al atardecer o la acidez estomacal llena de remordimientos, sobrecogido de emociones tan duras como los peñascos de un insensible devenir entre la fusión gravitante; la presión exterior constante tal cual uno de los planetas morados donde las partículas de los actos no implosionan en los órganos mutantes de sus habitantes. Así, deberá decidir lo que para él ya es definitivo, Alina debe morir.
Proveniente del este de Europa, tiene un dominio del idioma español sorprendente, conoce a la perfección las licencias sociales de la población, sin embargo, nunca estuvo preparada para entenderlo, no porque no supiese cómo actuar; sencillamente, rechazaba la falsa modestia.
Fue consciente hasta el último día en cautiverio que no bastaba saber lo que le esperaba, acciones insospechadas que ya no dependían de su accionar. Recordaba que pudo evitar sufrimientos desgarradores, pero quien era ella para evitarlo - se preguntaba; solo silencio con la mirada fulminante.
Es la vida de los Andes, la intimidad de la casa rentada, cerca la placita principal; a menudo se recuesta en el alfeizar de la ventana, todas las noches observando caminatas lentas, abrazos cómplices de los enamorados mientras la incertidumbre destella través de rayos anunciando la lluvia estacional.
Una avalancha de presentimientos la separaban de su natal Ieud, cual montañas aíslan un pueblo del otro, así está ella, serpenteando un devenir de angustias y sobresaltos a plena luz del día. Alejada de los Cárpatos, perteneciente a una región montañosa de ondulantes carreteras, colinas espolvoreadas de paja; campos llenos de flores silvestres, bosques con sus amores, ríos de llantos se deleitan frente a las montañas. Extensos valles en los que pastan rebaños de ovejas y cabras en el devenir del día tras día; quietud pasmosa, mientras Alina, tal vez, no retorne jamás.
Cuando decidió marcharse entre llantos y no me olvides, podría pensarse que es la causa de la ternura infinita al ver a las ancianas hilanderas del pueblo tejiendo coloridas alforjas en las puertas de casitas de adobe deslucidas con tejados a punto de desprenderse. Cuánta semejanza entre ambos rincones del mundo.
Su cabeza es una vorágine de imágenes felices y trágicas a la vez, imposible olvidarse de las carretas tiradas por caballos que van por carreteras con baches que asemejan un paisaje tragicómico con la sierra andina.
Sorprendente, burbujeante, intensa, verde; así es Maramures albergando a Ieud entre gallinas, ovejas, caballos, hierba, heno por doquier; donde su gente corta el trigo con hoces, rastrilla los valles sin sumisión alguna.
Lajos le recuerda sus raíces, no se arrepiente de haber escogido una región lejana y olvidada para olvidarse de la tragedia familiar que no pudo evitar, quizá los gritos de una niña le recuerde que sigue siendo aquella que nadie escuchó.
Atada a una estaca de hierro comprende que su destino hubiese sido distinto al que estaba a punto de enfrentar a manos de un grupo de hombres que la secuestraron una mañana de mayo cuando la lluvia se esfumó rumbo al centro poblado de Lajos, una localidad de la sierra en la región norte de Perú.
Mientras pedía a sus captores explicaciones, las cuales no necesitaba, porque sabía de antemano la causa del secuestro; las consecuencias las imaginó meses atrás. En ese instante sus ojos adquirieron una luminosidad apabullante; aquella mirada que proyectaba indiferencia por los lugareños, no era más que la desgarradora escena de una mujer en absoluta orfandad.
LAS AVES EN EL DESFILADERO
Cuando miró hacia atrás, ya no había duda; aquella mañana a punto de expirar no trajo consigo la lluvia que llevase a los hombres a Chorro blanco para encauzar el desborde del agua al canal.
Recordaba con exactitud asombrosa el sendero por el cual se desplazó rumbo a Lajos después de haber permanecido una semana en San Miguel, caserío aledaño de la comarca, una ruta inexplorada, así como ella.
Camino cascajoso, arbustos, huele a zarzamoras, rumores de aguas anunciando riachuelos desprendidos de paredes rocosas, resbaladizas... Alina aceleraba el paso, cauta, con la mente fija en quien sabe qué. Debe pisar con aplomo y ligereza, las recomendaciones que recibía de quienes dijeron quererla, ahora más que nunca no los necesitaría frente al ocaso de su vida, aunque desde la oquedad de sus pensamientos menos recurrentes clamaría ¡ auxilio!.
Tenía interés en la degradación de los suelos y el impacto que ocasionaba al desarrollo productivo, pero claro, nadie lo sabía; así como a ella tampoco le interesaba la vida superflua de sus habitantes, tal cual le expresaba a Telésforo en las ocasiones que el urdía para tenerla en el zaguán de su casa presumiendo que tenía la atención de la mujer inexpugnable, altiva. que jamás haya llegado a Talandó.
Ay... mi corazón tuyo será, Alina mía...¡oh!, disculpa nuevamente, alinita sin mayúscula. Marcan casi las 12 del medio día, ya debes estar en Lajos, mi pobrecilla, si aún estás con vida, cuánto lamento que hayas cavado tu propia tumba tan lejos de los tuyos. Todo hubiese sido sencillo para ti, qué podía significar unir tu vida a la mía hasta que yo duerma eternamente complacido entre tus pechos.
Este camino de herradura era más fácil de transitar, pero tú, arisca, intrépida; insolente amor llevando la estaca de la muerte, cuánto te he amado, incluso hoy he cortado mi dedo índice derecho con el que indiqué el camino que enrumbaste al rayar el alba.
¿Ya te encontraron ?...
Telesforo se apoyó en uno de los horcones del zaguán donde se avizora los cinco caminos del pueblo más transitados a Lajos, hacia la izquierda de la casa, el camino que ella escogió con machete a mano para abrirse paso.
No había tiempo que perder, el dolor recrudecía más, la sangre no terminaba de empanizarse, presuroso ingreso a la cocina, embadurnó de aceite y sal el dedo mutilado. Un vaso con agua mezclado de aguardiente, suficiente para un hombre que perdía vitalidad en cuanto se hallaba completamente a solas con sus 84 años encima. Volvió a vendar la mano, solo restaba esperar las noticias, muy pronto se sabría de la desaparición de Alina Chindris.
Tiempo y espacio, extensión del suplicio interno, el clima húmedo y lluviosos se prolongaba sin antecedente alguno, pese a encontrarse en el mes de mayo la lluvia no dio tregua, salvo aquel fatídico día que decidió ir de marcha sola.
Pajul, palo santo, hualtaco, reconocía toda clase de árboles, matas, yerbas de la zona, sin embargo, dejó de presentir el peligro inminente de la fatalidad cuando la suerte está echada, ni el vuelo de putillas vestidas de amarillo, como solo ella podía verlas, traerían consigo la salvación de lo eminente.
Talandó ostenta zonas de abundante vegetación; higuerón, faique, flor de agua a campo traviesa, rocosos senderos. gravilla fangosa. Lloviznado y nubloso, así están los ojos de Alina al no distinguir quienes le cerraron el paso mientras focalizó la mirada en el desfiladero de roca caliza, una estrecha y serpenteante garganta rocosa que alberga sobre la pendiente llamativas hendiduras donde anidan las aves.
Quietud intrigante, flanqueada por el vuelo de palomas torcazas quienes la observan mientras es interceptada por los hombre de Jacob Pasache. Las vías de acceso a Lajos son diversas, aunque no para los foráneos, ella era una excepción a la regla y al destino que estaba a puertas de mostrarle la fragilidad de su poder.
Exactamente, cuando fijaba la mirada en el desfiladero de aves, frente a ella no los distinguió, por una cuestión de instinto giró hacia atrás, estaba rodeada.
¡Alinaaaaaaa!... la asesina de Braulio, ha llegado el momento de ajustar cuentas, el pueblo es chico, nada queda oculto, todo se termina aclarando.
Permíteme presentarme, soy Jacob Pasache, coordinador de ronderos de las comunidades campesinas de Talandó: alto, medio y bajo. La comunidad es la propietaria de la tierra y los comuneros somos los usuarios.
Entiendo, pero... ¿llamarme asesina?
No sea descarada, todos saben que lo encontraron castrado como un cerdo, las vísceras expuestas, su pregunta es una burla.
¡Asesina!, no nos ofenda Alina, aquí ha terminado su camino.
Hay un error, la ofensa la estoy recibiendo yo, no conozco a esa persona, ni tengo interés en conocer a nadie, a menos que se trate de un tema estrictamente laboral.
Yo estoy sola, ustedes han venido en grupo... ¿me temen? o tal vez me consideran un botín digno de saborear en conjunto ¿tan exquisita soy para un puñado de ronderos?
¡Por favor!, a usted no lo conozco y al resto tampoco - inquirió Alina.
Estaba serena pese a que su cerebro empezaba a jugarle en contra. Continuaba teniendo una visión nublada de las personas que la rodeaban, pero debía simular entereza y dominio de escena detrás de los finos anteojos de marco dorado.
Es posible que no nos conozcas, nosotros sí te conocemos - respondió bastante ofuscado Jacob Pasache.
Haga lo que tenga que hacer, sin embargo, debe quedarle claro que es grave la imputación que acaba de hacer, no lo olvide, porque yo no lo olvidaré cuando el circo haya concluido. Busque a Telesforo Peña, será él quien desmienta toda esta patraña en mí contra.
Intuyó que al no tener los rostros cubiertos, era poco probable que la dejasen con vida; la mínima probabilidad le alentaba a no quejarse, mucho menos implorar. Mantuvo temple y coraje hasta el final de aquel crucial momento que nunca imaginó experimentar en sus 28 años de vida.
Jacob le indicó a Rómulo que sacase de la mochila la franela negra, Alina suspiró de tal forma que nadie se percató del alivio que empezaba a experimentar. Levantó la mirada al cielo, una bandada de golondrinas en coordinación acrobática sobre el desfiladero parecían decirle: " tu camino no ha culminado".
A pesar en la crítica situación que se encontraba, tenía en su rostro la expresión de una geniecilla capaz de sobrevivir a todo. No existía la predisposición a la derrota en una mente esplendorosa e incomprendida; hábil e impredecible si se intenta desafiarla.
Jacob y sus hombres no lo sabían, tampoco Alina lo tenía completamente claro. Estaba en ella, su cerebro podía llevarla a situaciones insospechadas, ya lo había hecho al transmitirle la derrota.
Le taparon la cabeza, amarraron sus brazos, callaron su voz durante el trayecto. Nada pudo impedir la comunión de la energía natural sobre ella, el río Piscán susurrándole, llamándola: Alina, no te olvides de mí...